La esgrima es un deporte que se ha ido globalizando con el pasar de los años, producto de la masificación y la exposición. África, un continente con otro tipo de influencias, ha avanzado con pasos importantes en el desarrollo de la disciplina, de la mano de la escuela egipcia, pero, en las polvorientas calles de otros países, también se trabaja de forma notoria.
Los Juegos Olímpicos de París demostraron que, al menos en el norte de África, la esgrima tiene un nicho que sirve de espejo para sus vecinos. El sablista tunecino Fares Ferjani ganó una presea de plata, mientras que el egipcio Mohamed El-Sayed fue bronce en espada.
Estas dos medallas llegaron 12 años después que el egipcio Abuelkasem Alaaeldi tirara la final de florete en Londres, cediendo ante el chino Lei Sheng. Esa medalla abrió el camino para que un continente, más famoso por sus jugadores de fútbol y maratonistas, se abriera a una disciplina que poco a poco ya no es exclusiva de las élites.
Cuatro años después de aquella final de florete llegó el bronce de la tunecina Inès Boubakri, en la misma arma. La pausa en Tokyo fue una especie de impulso para que, en París 2024, Fares Ferjani y Mohamed El-Sayed devolvieran a África al medallero de la cita de los aros de colores.
Pero ¿qué se está haciendo para hacer crecer la esgrima en África? ¿Por qué es cada vez más frecuente ver esgrimistas de ese continente entre los mejores de los rankings FIE, tanto en adulto como en juvenil?
Egipto y Túnez han sido los faros que iluminan a las demás naciones africanas. Sus esgrimistas han tenido la oportunidad de continuar su desarrollo en universidades estadounidenses, también compiten en las citas mundialistas, aumentando el roce internacional.
Si miramos los rankings de la FIE, los africanos se han ido sumando a las listas de los 10 primeros en varias armas. En adulto, Mohamed El-Sayed terminará el 2024 como el cuarto mejor del mundo en espada, con tan solo 21 años.
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Mohamed Hamza, también de Egipto, es el cuarto mejor tirador en florete. En sable, el tunecino Fares Ferjani es el segundo mejor del mundo, seguido por el egipcio Ziad Elsissy. Esta lista se remite a solo los adultos, pero si se mira a los rankings juveniles, el crecimiento es más evidente.
Ahmed Hesham en sable y Abdelrahman Tolba en florete son los mejores del mundo. En espada, los también egipcios Youssef Shamel, Eslam Osama y Mahmoud Elsayed ocupan los lugares del 3 al 5, mientras que su compatriota Farah Mahfouz es séptima en femenino.
¿Y en los demás rincones de África?
El éxito mostrado por los países del norte, ha hecho ruido en el resto de sus vecinos, por lo que la fórmula se está replicando. Orán, en Argelia, además de Lagos, en Nigeria, han montado recientemente paradas mundiales en adulto y juvenil.
Pero, en las calles, muchos otros trabajan por desarrollar la esgrima en África. Kenia en uno de esos casos, pues ha encontrado talento en unas calles plagadas de necesidad y distracciones. Alexandra Ndolo, primera esgrimista de ese país en participar en unos Juegos Olímpicos, ha sido su bandera.
Ndolo nació en Alemania, su madre es polaca, pero su padre es nativo de Kenia. Mientras compitió por el país europeo, fue subcampeona mundial en Egipto en 2022, también lo fue en el Campeonato Europeo del 2017. Pero tomó una decisión que la marcó, pidió defender los colores de Kenia.
En París 2024, se convirtió en la primera esgrimista keniana en participar en unos Juegos Olímpicos. Salió en ronda de 32 y, aunque cayó 13-12 ante la ucraniana Olena Kryvytska, afirmó querer vivir de nuevo la experiencia de unas olimpíadas, aunque en Los Ángeles 2028 tendría 42 años.
«El hecho de que nos permitieran practicar esgrima en el Grand Palais todavía me pone los pelos de punta. Fue fantástico ver la bandera de Kenia en la arena junto a la de todos los demás países clasificados».
En ronda de 64, participaron tres egipcias, una senegalesa y otra tiradora de Ruanda, ninguna logró superar el tablón de 32. Pero lejos de lamentarse por no llegar más lejos, la esgrima africana puede tener esperanzas de que, de seguir ese camino, logrará más temprano que tarde, robarle talentos a la pobreza y plantar cara a otras naciones desarrolladas de Asia, América y Europa.